10 de noviembre de 2010

23

Se llama Sofía, mide un metro setenta, tiene el cabello castaño y los ojos cafés. Todos los jueves suele ir a pasera a la costanera siempre acompañada de un par de perros.

Se llama Sofía y sabe con certeza que en días como hoy podría suicidarse. Y no me refiero a días oscuros y grises, me refiero a días como este, cuando millones de soledades que no había sentido antes parecen recordarle que las lleva dentro. Las siente como si fueran hijos no deseados, como cuchillos que la atraviesan entera y que dejan un gran sabor a nada latiendo junto al corazón.

Conduce todo los días al trabajo, en una ciudad llena de gente y es miembro activo de la población de invisible, suele ser bastante amable, va al supermercado una vez por semana, es tan linda como para estar algo por sobre la media. Pero a diferencia del resto, ella tiene problemas con parecer feliz.

Sofía quiere morir y su historia quizás no resulte tan bien como la de Verónika. Sólo esta cansada y cree que haber descubierto todas las acepciones de la palabra miserable, pero sobre todo tiene miedo.

Y así va, entre semáforo y semáforo tejiendo ideas auto destructivas, que podría llevar a cabo sin duda en días como estos. Le gustaría acelerar a fondo cuando el semáforo aun este en rojo, pero no lo hace por que quizás sobreviva. Definitivamente quiere morir pero le falta libertad; quizás la encuentre cuando salte de un edificio en sus 35 años y forme parte de ese escalofriante 23% de las personas que se suicidan sin tener motivo.

Libertina.

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